El corazón del Oporto

Panorama de Pinhao

“Va la carretera en su sosiego de curva y contra curva, ahora baja, ahora sube, y en la ladera de allá se ven mejor las casas, que hasta concuerdan con el paisaje. No son yermos estos lugares. Tiempo hubo, antiquísimo, en que estos montes de pizarra fueron erizadas y aterradoras masas, recocidas por los soles del verano o barridas por cataratas de aguas en los grandes temporales, inmensas soledades minerales que ni para destierro servían.

Después, vino el hombre y empezó a fabricar tierra. Desmontó, batió y volvió a batir, hizo como si desmigajase la tierra en las gruesas palmas de la mano, usó el mazo y el azadón, apiló, formó muros, kilómetros de muros, y decir kilómetros sería decir poco, miles de kilómetros, sin contar todos los que por el país fueron levantados para sostener la viña, el huerto, el olivar”

Viaje a Portugal (J. Saramago)

Así describe Saramago el entorno de esta pequeña localidad, apenas 1000 habitantes, situada en el corazón del Duero portugués.  En la desembocadura del rio Pinhao con el Duero, rodeada de viñedos y Quintas donde se crían  algunos de los más famosos Oportos.

Pinhao, fotografiada desde la Quinta do Seixo

El encanto de la localidad se resume en dos cosas: el paisaje que la rodea y la estación de tren.

Bonita estación, con más de 100 años de antigüedad, y esa elegante decadencia que solo se encuentra en algunos edificios portugueses.  Cubierta de azulejos –fabricados en Aveiro, según su firma- que narran la vida cotidiana de la localidad.

Unos   cuantos bajo el titulo “Panorama de Pinhao” recogen diversos paisajes del pueblo y del Duero. Otros, estampas de la vendimia y del trabajo en el campo.

El viejo puente de hierro; los bancales de viñas; rabelos cargados de cubas con destino a Oporto; unas mujeres en la vendimia. La estación refleja la vida cotidiana que, desde hace mucho años, gira en torno a las labores relacionadas con la viticultura.

Media docena de viajeros esperan el próximo tren. Desde Pocinho el tren de vía estrecha pasa varias veces al día y de Pinhao a Régua transcurre el tramo más bonito.

22 km. de vía a escasos metros –y casi al mismo nivel – que el Duero. Si no fuera por el traqueteo más parecería que el viaje transcurre sobre el agua. Varias veces lo vemos pasar estos días, con sus vagones plateados brillando al sol.

Sigue siendo un pueblo tranquilo, aunque algunas actividades turísticas de han desplazado desde Peso da Régua a Pinhao.

El interés de los visitantes se centra en el embarcadero del rio, y en el  hotel que hay a su lado. El Vintage House es uno de los más lujosos que hay en todo el recorrido del Duero. Destino habitual de viajeros franceses, ingleses o alemanes que practican turismo enológico.

 

 

 

 

 

 

          Estación de Pinhao

Desde aquí parten o llegan muchos de los cruceros fluviales, que con mayor o menor recorrido, surcan el Duero. Es el sitio más recomendable para navegar y admirar el paisaje. En esta zona el río está mucho más encajonado que en Régua y hay una excelente vista de los grandes montes llenos de vides y adornados con los nombres de las bodegas propietarias de las fincas.

A Pinhao se llega cruzando el viejo puente de hierro, y si se continua por la carretera en dirección a Alijó o Sabrosa, según el lado del valle que tomemos, el viaje continua por un paisaje increíble.  Trepando por una carretera rodeada de viñas, tomando una altura que nos dejará ver el valle en su plenitud, vid y olivo hasta donde se pierde la vista, salpicado el monte por las Quintas.

Pinhao, puente desde el embarcadero

La mañana del domingo, con un día veraniego cruzamos, una vez más, Pinhao con dirección a Alijó. Vamos a recorrer este bonito valle, disfrutando del paisaje y de los sencillos pueblos que  encontramos. Llegamos a Favaios –donde se hace un famoso moscatel con su mismo nombre-. Se ve la riqueza de estas tierras. Buenas casas de piedra y el pequeño pueblo cuidado y enlucido. Es domingo y hay cierta actividad –se celebran las elecciones municipales-.

A 3 km. de Favaios, encontramos Alijó, ya una pequeña ciudad, con grandes y buenos  caserones; una Pousada que, como no puede ser de otra manera, lleva el nombre de uno de los grandes hombres del Oporto (Barao de Forrester); y la plaza central del pueblo con una pequeña iglesia.

Alijó. Plaza, al fondo el platanero gigante

Adornado el entorno por una fuente y todo a la sombra del “platanero de Alijó”.

Descomunal árbol de más de 40 metros de altura y 6 o 7 metros de diámetro, su base cobija las tertulias y reuniones de los abuelos de la localidad. 

Aprovechamos el viaje para comer en el Cepa Torta, buen y recomendable restaurante;  pronto cerrará por traslado a Oporto. Forma parte de los que gestiona Rui Paula, cocinero con presencia en la zona, sobre todo con el moderno DOC, en Folgoso, en la misma orilla del Duero.

Regresamos al atardecer. Y como escribe Saramago, con sosiego, deshaciendo cada curva y contra curva, acompañados por  el tintineo de las botellas de  Oporto, Moscatel y Douro que mal asientan en el maletero; descendemos por el valle hacia Pinhao –que bonito el paisaje en la bajada-, por unas tierras que si antes, ni para destierro servían, hoy son un lujo para la vista y el cuerpo de cualquier viajero que lo sepa apreciar.