Viendo pasar la vida
La terraza del Café Glacier es uno de los mejores lugares para seguir la vida de la Jemaa El Fna. Situada en una zona de paso de la plaza, la animación está garantizada. Enfrente tenemos los puestos de zumo de naranja, y la zona donde se sitúan los adiestradores de monos, encantadores de serpientes, adivinas y tatuadoras de henna.
Casi siempre llena a cualquier hora del día; el mejor plan para descansar es situarse en una de las mesas que están al borde del escalón que eleva la terraza sobre la plaza. Primera línea para no perderse nada de lo que en ella acontece. La situación privilegiada hace que seamos objetivo de los innumerables vendedores ambulantes. Recorren la Jemaa cargados de las mercancías más inimaginables. Vendedores de sillas, de figuras de madera, camisetas, pañuelos… No resultan agobiantes y se limitan a pasar ofreciendo sus servicios. Algunos son reconocibles en la distancia por el sonido típico que los acompaña. Los vendedores de tabaco -cajetillas y cigarros sueltos- hacen sonar las monedas. El golpeteo del cepillo contra la caja de los betunes indica que viene el limpiabotas. Forman parte de los sonidos de la Jemaa.
Es un buen sitio para montar en la cámara el teleobjetivo y llevarnos unas cuantas imágenes de la vida cotidiana, mientras tomamos el inevitable te con menta –en el Glacier con el vaso lleno de menta-. La distancia facilita el trabajo, pues unos cuantos de estos oficios están, única y exclusivamente, destinados a obtener unas monedas de los turistas por hacer la foto. Intentarlo sin pasar por caja supone aguantar el cabreo y la bronca de 3 o 4 personas. Como siempre –en el mundo de la Medina- cualquier compensación debe ser pactada de antemano, evitarás llevarte una sorpresa y que te pidan cantidades disparatadas.
Durante el día se oye el incesante concierto de flauta y tambor que dan los encantadores de serpientes; la cobra trabaja de sol a sol. Un par de músicos bajo la sombrilla y 4 o cinco captadores de clientes, con más serpientes en sus manos, componen el cuadro. La oferta se completa con un águila; veo que el pobre animal tiene las alas cortadas y apenas vuela como una gallina.
Los amaestradores de monos pasean ofreciendo a los turistas hacerse una foto con los bichos. Los monos se mantienen quietos, posando en diversas posturas. Igual aguantan en brazos que sobre los hombros del cliente.
Sentadas en el suelo algunas adivinas, ellas y sus clientes –generalmente una pareja de mujeres- se medio ocultan de las miradas bajo un sombrilla o un paraguas. Desentrañan lo que depara el futuro.
Pequeños puestos de fruta montados sobre un carrito se desplazan por la Jemaa. Delante de la terraza se detiene el vendedor de higos, más tarde el de coco y piña. Entre medias se acerca un vendedor de camisetas, y los que ofrecen tabaco o limpiar el calzado.
Sorprendente resulta el paso del afilador, en un artilugio rodante lleva la piedra de afilar.
No faltan las calesas, a las que se acercan los turistas para negociar el precio. Siempre los mismos gestos: una breve conversación y la parte contratante amaga con seguir su camino…media vuelta, que desde el cabestrante aceptan el precio ofertado.
A mediodía una boda. Llegan media docena de calesas, la primera ocupada por los novios y los padrinos, seguidos por un grupo de músicos y el resto de los invitados. Se acercan muchos curiosos a ver la comitiva.
Bajan de las calesas, se hacen fotos. Un grupo de mujeres se prepara para que la novia lance el ramo de flores. Se van caminando, seguramente a un restaurante cercano a seguir la celebración.
Por la tarde una silenciosa procesión sale de los almacenes laterales. Llevan los carritos metálicos donde montan los puestos de comida.
En apenas unos minutos, mesas y bancos ocupan una zona despejada. Se instalan en un un abrir y cerrar de ojos.
Las parrillas comienzan a humear y preparan la comida que ofrecerán a los clientes.
Abajo, los tejados de las tiendas que bordean la plaza, sembrados de parabólicas.
En el Glacier caen las horas muertas siguiendo el ambiente de la Jemaa El Fna.
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