Paraíso Mediterráneo
La iglesia de San Pedro, sobre un espolón en uno de los extremos del Golfo de los Poetas.
Lerici es nuestra base de operaciones desde el día anterior. Estamos a las puertas de las Cinque Terre y decidimos tomarnos la primera jornada con calma. Vamos a pasar el día en Portovenere.
El Golfo de la Spezia o de los Poetas. En rojo situación de Lerici (dcha.) y Portovenere (izq.)
Situado al otro extremo del Golfo de los Poetas; es un pueblo que promete por los comentarios realizados por otros viajeros. A la mayoría sorprendió gratamente, cuando muchos pasan de largo atraídos por la fama de los pueblecitos de las Cinque Terre. Será uno de los lugares más bonitos que recorramos en nuestras vacaciones. Población con encanto donde pasar un día inolvidable, disfrutando de un paisaje y bañándonos en unas calas sorprendentes. Si viajas a la zona, no es recomendable que te acerques a conocerlo, es imprescindible.
Lerici. Vista del Golfo desde el Hotel Europa
Desayunamos en la terraza del Hotel Europa. El desayuno y las vistas iban a la par –que buenas -. Toalla, bañador y protector solar a la mochila para emprender la bajada desde el Hotel al puerto. Los barcos del Consorcio Marítimo Turístico Golfo dei Poeti (¡¡ que nombrecito !!) tienen un amplio horario para viajar a Portovenere, Portofino y los pueblos de las Cinque Terre.
Nos vamos en el barco de las 10,30 h.
10 € (ida y vuelta) para un agradable viaje de media hora por las aguas del Golfo. Desde el barco vemos las playas de San Terenzo, el gran puerto y la ciudad de La Spezia. Es la mejor forma para viajar por los pueblos de esta costa escarpada, tomando el sol en la cubierta y mucho más fresco y relajado que por tierra.
Llegando a Portovenere
Portovenere es un pequeño pueblo que se extiende por el brazo de uno de los extremos del Golfo de los Poetas –o de La Spezia-. Con las pequeñas islas cercanas de Palmaria, Tino y Tinetto, está incluido en la declaración de Patrimonio de la Humanidad que en 1977 la Unesco realizó sobre las Cinque Terre.
Típicas casitas de colores, la muralla y el castillo Doria, coronando la población.
Antiguo puerto pesquero desde época romana, por aquí pasaron sarracenos, piratas y poetas. Hoy cuenta con unos 4.000 habitantes, seguramente muchos más en verano.
La aproximación desde el barco ya deja buena impresión. El pueblo se desliza a lo largo de la punta del golfo.
El extremo derecho coronado por el castillo Doria; el promontorio que se adentra en el mar, a nuestra izquierda, por la Iglesia de San Pedro. Entre ellos, el típico caserío de la costa Ligur con fachadas de colores.
En el puerto una pequeña plaza da acceso al casco antiguo. Aquí mismo está situada la oficina de turismo, aprovechamos para hacernos con algunos planos y guía de la zona.
Cruzamos el antiguo arco que da acceso a la Via Capellini. En esta estrecha y larga calle empedrada se concentran la mayoría de negocios, es uno de los pocos tramos llanos que recorremos.
En la Vía Capellini, calle comercial y turística.
Albahaca, ingrediente principal para el Pesto, salsa típica original de Liguria. Piñones, ajo, aceite de oliva y queso (parmesano o pecorino, según la zona) completan la receta.
Vamos paralelos a la zona del puerto –a nuestra izquierda-; de hecho la calle se comunica con él por pasajes con empinadas escaleras. Calienta el sol y se agradece el frescor de la piedra.
Iglesia de San Pedro, desde tierra. Abajo, desde el barco
Al final de la calle se abre una pequeña explanada que lleva hasta la iglesia de San Pedro. Levantada en lo alto de un espolón rocoso es la primera imagen de Portovenere que tienen los viajeros cuando se aproximan en barco.
…subiendo la cuesta…
Subimos la suave escalinata hasta la iglesia gótica, levantada en 1198 sobre una anterior de la época paleocristiana. Tiene una parte añadida en el siglo XIII, se reconoce fácilmente por las franjas blancas y negras.
Interior de la iglesia de San Pedro. Portovenere
Vistas desde la iglesia y los alrededores. Quitan el hipo.
Aguas turquesas, en el mar de Liguria
Desde el entorno de la iglesia hay una vista magnifica, tanto de la costa como del pueblo que se extiende a lo largo de esta franja de tierra.
La salida al mar abierto desde Portovenere, enmarcada por la otra orilla de la cercana isla Palmaria.
Rodeando la iglesia encontramos unos bonitos –y frescos- miradores, desde ellos se domina la costa de las Cinque Terre.
Calles estrechas, plazoletas…
Desandamos el camino hacia el pueblo, vamos a trepar un poco por las alturas, antes de que apriete mucho el sol. Después será la hora del baño.
Castillo Doria, coronando los acantilados
Callejeamos por las pendientes calles, dirección al castillo Doria que corona Portovenere. La poderosa familia del almirante de Carlos V también dominaba estas tierras.
El pueblo es muy tranquilo y apenas hay gente por la calle. Llegamos hasta la iglesia de San Lorenzo. Los genoveses levantaron este templo románico en el 1098, aprovechando el sitio de otro antiguo dedicado a Júpiter.
Desde el entorno del castillo, las vistas de la punta del golfo son de postal. Pasamos un rato inolvidable tirando fotos.
Puerta de acceso a la Gruta de Byron
Bajamos perdiéndonos por innumerables callejas para regresar hacia el promontorio de la Iglesia de San Pedro. Al lado hemos encontrado el sitio ideal para pasar la mañana, una puerta da acceso a la cala de piedra llamada Gruta de Byron.
Cuenta la historia que al poeta inglés Byron –aquí residente- le gustaba el sitio y desde él cruzo el golfo de La Spezia a nado, llegando a San Terenzo para visitar a su compatriota Shelley. Corría el año de 1822. La travesía se hacía cruzando una gruta –la Grotta dell’Arpaia- que hoy ya no existe, se derrumbó.
Cala de la Gruta de Byron
La puerta en el muro se abre a una cala de ensueño, aguas verdes y transparentes. Grandes rocas donde descansar viendo un paisaje magnifico. Más modesta que las puertas de paraíso que Ghiberti diseño para el baptisterio florentino, pero aquí el paraíso es natural. El lugar esta acondicionado con unas barandillas que facilitan la bajada.
Pasamos buena parte del día, bañándonos en aguas cristalinas, buscando la sombra del acantilado. A nuestra derecha el castillo Doria. La cala tiene buen tamaño, aunque hay gente es un lugar tranquilo.
Me tiro…no me tiro…
El silencio se rompe de vez en cuando por el estruendo de algún intrépido que se lanza al agua desde dos rocas cercanas a las que se accede a nado. Son muchachos de pueblo. Los más jóvenes y atrevidos recorren el acantilado hasta una zona más lejana -y mucho más alta- desde donde se tiran. Apenas se les ve, pero se oye el ruido que hacen al entrar en el agua. Un escalofrío nos recorre a cada salto, parecen estar acostumbrados a desafiar el peligro lanzándose desde una altura que necesita metros de fondo para aterrizar sin peligro.
Para ellos la diversión acaba a la hora de comer. Apremian con un último grito al joven que, haciendo acopio de valor, se concentra para saltar: ¡¡ Matteo, abbiamo a mangiare !!
La Gruta de Byron es de esos pocos sitios que uno se lleva grabados. A media tarde regresamos hacia el pueblo. Las grandes piedras que conforman el puerto se han convertido en una playa improvisada.
Las piedras más planas son un lugar excelente para la toalla…. Bueno, no tan improvisada, hay instaladas varias escaleras metálicas que permiten el acceso al agua a los bañistas, de otro modo sería peligroso bajar entre los pedruscos.
Ultimas fotos desde el puerto, y ya navegando. El pueblecito de postal se va diluyendo en el horizonte pero el día que pasamos en él dejará un recuerdo imborrable.
Abajo, la punta donde se asientan el castillo y la iglesia, desde el exterior del Golfo
Media hora en barco para regresar a Lerici. Entre la marinería descubrimos al doble de Pocholo; ya nos acompañó por la mañana…
Desde la terraza del hotel vemos la puesta de sol sobre el Golfo de los Poetas; mientras aspiro el humo de un Toscanello con aroma a vainilla para poner el punto final de un magnifico día de vacaciones. Al siguiente nos esperan los pueblecitos de las Cinque Terre.
Lerici. Puesta de sol
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